A lo largo de artículos anteriores he ido desgranando algunos de los sucesos que van teniendo lugar en nuestra vida desde que tenemos un bebé, aspectos profundos que cambian en nosotros mismos y por extensión en nuestras rutinas, algunos de los cuales nos revuelven y descolocan.
Hemos visto que el puerperio es una etapa vital que se puede alargar hasta los dos años, que conforma el período que una mujer necesita desde que tiene un bebé hasta que se “asienta” en un nuevo modo de vivirse a sí misma, en lo físico, en lo mental, en lo emocional y en lo espiritual.
He intentado transmitir que aunque el puerperio es un concepto que atañe exclusivamente a la mujer (que es quien da a luz a un nuevo ser y quien está indisolublemente ligada a él durante al menos el primer año) no es menos cierto que para la pareja, así sea hombre o mujer, también existe un camino iniciático que recorrer a través de una nueva realidad a la que aclimatarse. Creo que ambas vivencias, sobre todo la de la mujer que ha parido hace poco, pero también la de su pareja, están necesitadas de una mayor sensibilidad y reconocimiento social: en pequeños detalles, en lo sutil, en lo práctico, y en áreas tan concretas como las que pueda abarcar el marco legal.
No quería concluir esta serie de artículos sin hacer una breve referencia a aquellos grandes temas que, desde mi vivencia y en la observación y acompañamiento a otras parejas, pueden emerger y provocar marejadas de manera más o menos patente durante el puerperio:
La resonancia con mi niño interno
El bebé que fuimos hace unos años, el niño en que se convirtió, guardan en nuestro interior toda una serie de vivencias. Aunque nuestra mente no las recuerde, nuestra memoria celular y nuestro inconsciente sí lo hacen. Guardan recuerdos y sobre todo emociones ligadas a determinados momentos de nuestra infancia.
Cuando tenemos un bebé, esta pequeña criatura actúa de resonador de nuestras propias experiencias. Por ejemplo, si nuestro llanto cuando éramos bebés no fue asistido, el llanto del que tenemos ahora en brazos nos puede resultar insoportable. Si de pequeñines no fuimos atendidos lo suficiente y tuvimos sensación de abandono, nuestro niño interno se rebelará cuando vea que toda la atención se desplaza al nuevo bebé. La reacción podrá darse por defecto, de modo que esa parte nuestra nos grite: “¿y yo qué? Yo también necesito ser atendido y mimado”, o podrá darse por exceso ejerciendo una sobreprotección hacia ese bebé que ahora está a nuestro cargo. Nuestro niño interno suele llevar consigo heridas de distinta índole, cada uno las suyas en base al dolor y a los miedos atravesados. Esta etapa es un buen momento para observarle y hablar con él.
La nueva relación con mi madre
Los bebés despiertan emociones, recuerdos, y generan reacciones en todo el universo colindante… De manera especial afectan a la relación con las madres de los que acaban de ser padres. En el caso de la mujer que dio a luz hace poco, es normal que la relación con su propia madre se torne diferente. De pronto puede igualarse a ella, ya que ahora ingresa también en el círculo de la maternidad. Esto puede hacer que se aúnen lazos, pero también que se hagan patentes diferencias y/o dependencias.
Porque a la abuela también se le despiertan recuerdos o sensaciones inconscientes y tal vez quiera por ejemplo proteger a la nueva madre a toda costa, o volcarse de lleno con su nieto, … y ello puede crear dependencia entre ambas, o por el contrario puede asfixiar a esa familia que se está formando. A veces las diferencias las marca el tipo de crianza que la abuela intenta inculcar a la madre sin que ésta esté de acuerdo. Otras veces la nueva madre delega su instinto y su poder en la abuela, en vez de asumir ella su nuevo rol.
De cualquier modo es interesante saber que estos y otros casos siempre vienen dados por el papel que cada persona venía desempeñando durante años antes de que llegara el bebé. Lo que hace el nuevo nacimiento es poner aún más de manifiesto el juego de egos dentro de la familia, que suele ser inconsciente hasta que nos paramos a observar con calma y detenimiento.
Asimismo las reacciones de la madre de la pareja también se entrelazan. Y aquí habría que hablar de la relación que tiene la abuela paterna con el nuevo padre (que en ocasiones sigue siendo mi niño) y su sentir hacia la mujer que escogió mi hijo. Finalmente se crea todo un cuadro relacional que, visto desde cierta distancia, nos aporta mucha información sobre nosotros mismos. Y esto es lo realmente importante. Que la presencia del bebé genera esa intensidad de emociones y reacciones a menudo inconscientes. Y que las genera sobre todo en las que ya fueron madres porque les despierta sus propias experiencias ya vividas.
Las carencias en mi relación de pareja
Cuando entra en nuestra vida de pareja un bebé, se requiere todo un ejercicio de balanceo de energía para ir equilibrando nuestra posición conforme el puerperio avanza. Me explico: durante los primeros meses la posición de la madre va a ser estar 24 horas con su atención puesta en el bebé, eso implica que no puede “atender” al padre como antes. El padre buscará su posición durante este tiempo, y todo será más fácil si comprende que debe ocuparse de proteger a mamá y bebé y de sostener y suministrar, aunque sea con ayuda externa, el hogar. Conforme el puerperio avanza y el bebé crece esas posiciones se van transformando y se busca otro equilibrio que cambiará en cada caso.
Pero movernos para llegar a ese equilibrio en cada etapa a menudo no es fácil. Porque si de manera metódica la mujer era el sostén emocional de la pareja, de pronto esto ya no va a ser posible ante la llegada de uno más a la familia al que de forma natural la madre prestará su atención. Y esto solo es un ejemplo de las muchas áreas a las que puede afectar la llegada de un bebé. La sexualidad también puede verse afectada, pues a menudo desciende la libido en la mujer y la forma de buscar el placer tiene más que ver con una intimidad hecha de caricias que con el coito propiamente dicho.
La propia crianza del bebé también confronta a los padres, que habrán de llegar a acuerdos en cuanto a cómo criar a su hijo, y saca a la luz las diferencias que existen entre ellos.
A veces también emerge el miedo a la responsabilidad o a la pérdida de mi vida personal, que vamos viendo como se ve mermada conforme pasa el tiempo. Este miedo puede ser intenso tanto en el hombre como en la mujer. Pero el hombre tiene más cercana la posibilidad de salir de casa y buscar otros espacios propios. En este punto habrá que volver a buscar un equilibrio conforme va pasando el tiempo para que la madre pueda ir poco a poco recuperando sus espacios.
Durante todo el puerperio nuestra relación sentimental será puesta a prueba, y en general la relación con las personas más cercanas a nosotros. Esto sucede porque:
La maternidad despierta a nuestra sombra.
La sombra es la parte de nosotros mismos que no nos gusta o nos duele profundamente reconocer, y por eso solemos mantenerla oculta o disfrazada. No tiene por qué estar formada siempre de aspectos considerados “negativos”, la pueden conformar facetas nuestras que en algún momento de nuestra línea vital decidimos rechazar por algún motivo.
El puerperio genera agotamiento físico, intensifica nuestras emociones… despierta nuestros egos. Todo ello hace que nuestra parte oscura emerja. Como dice Laura Gutman: un recién nacido es la manifestación organizada de la sombra de una misma. Porque ese bebé que tenemos delante es un ser puro conectado a la presencia más absoluta, aún no tiene sombra porque aún no rechaza nada de sí, y eso hace que refleje la nuestra con más intensidad.
La sombra se nos cuela a través de las grietas que genera el cansancio, la sensación de vulnerabilidad… El problema viene cuando le damos poder a esta parte nuestra y no somos capaces de ver cómo actúa manejando nuestra vida.
Si la sombra forma parte de nuestra persona, entonces es indisoluble de la misma. No podemos eliminarla. ¿Qué se puede hacer entonces? Podemos ir desvelando y reconociendo sus múltiples facetas, podemos darle su lugar sin renegar de ella, podemos aceptarla… para finalmente llegar a amarla.
El puerperio se revela entonces como una vasta oportunidad de reconocerme a través de la observación silenciosa. Y el mejor observatorio nos lo da nuestra relación con los demás. Las personas con las que interactuamos nos dan información sobre lo que aceptamos y lo que rechazamos de nosotros, porque hacen de espejo continuamente.
Cada vez que, a lo largo de este recorrido con tu bebé, sientas que una situación te pellizca por dentro, te irrita irracionalmente o te hace regresar al pasado para identificarte una y otra vez con situaciones de índole similar… detente y observa. Tienes dos opciones: pasar de largo y seguir como hasta ahora, o prestar atención al patrón inconsciente que se está revelando ante ti precisamente en esta fase sensible. Ese patrón repetido en el tiempo puede tener que ver con el dolor de mi niña interna ante una actitud repetida de su madre o padre, o con el papel erróneo que he jugado en mi relación de pareja, o con una parte de mí no aceptada (como el no permitirme fallar en aquello que emprendo, por ejemplo ).
Si prestas atención, podrás pararte a escuchar lo que esa parte de ti quiere decir, dejar que se exprese y que te cuente por qué se muestra así. Podrás hablar con esa parte, decirle de corazón que comprendes cómo se siente, que deseas liberarla para comenzar a actuar ahora de un modo diferente. A menudo pedimos ayuda en estos procesos, y es totalmente lógico y recomendable. La ayuda de alguien externo nos permite no perdernos en nuestras propias oscuridades y nos da perspectiva.
Ocuparnos de nuestro interior, escucharlo durante el puerperio para comenzar a descubrir todo ese mundo oculto en mí es un acto de valentía en el que decidimos no culpabilizar a los demás, sino explorar qué es eso que no quiero ver de mi propia persona, con el único fin de conocerme realmente y poder tener una vida más armónica y feliz.
“Pues vaya inmersión… se le quitan a una las ganas de ser madre”, me habéis dicho alguna vez hablando de estos temas. Pero yo os sonrío y os digo: no suele haber cosas blancas o negras, todo se mezcla, se separa, crea tonalidades infinitas, del dolor puede nacer la felicidad y las lágrimas pueden traer la comprensión y la paz del corazón. Es erróneo concebir el ingreso en la maternidad únicamente como un paseo de ternura y felicidad plenas. La maternidad y la paternidad son una experiencia donde las paradojas cobran todo su significado y donde la dimensión del Amor puede ser vivida en sus muchas y múltiples formas. Y siempre, siempre, os deseo una feliz, consciente y genuina aventura submarina.