El grupo está formado por casi diez familias con niños con estas edades. La clase comienza a las 17:45 h. pero a esa hora suele faltar más de la mitad de la gente: normal, las madres hacen todo lo que pueden, que es mucho, pero con uno o más niños pequeños los horarios son de aquella manera y el tiempo se mueve de otro modo.
No pasa nada, nos vamos quitando ropa, zapatos, eligiendo esterilla… charlamos, o cantamos algo, hasta que va llegando el resto de los compis y estamos casi todos. Entonces sí, nos saludamos, haciendo ritmo con pitos, o palmas, o… guitarra, o… lo que sea. En la canción siempre decimos al menos los nombres de los niños. A veces, los nombres piden más presencia aún, y les damos un lugar importante hablado: YO SOY + mi nombre, incluso acompañado con una percusión de bongo. Y los YO SOY con nombre se quedan flotando en el aire… con todo su significado y su energía…
También respiramos grande, sobre todo las madres, que son las que más lo necesitan. Los niños vigilan que ellas respiren de verdad, no sea que se despisten, hasta que casi se haga una sola respiración, como una bola que se abre y se contrae en el centro de la sala. O como un globo que se infla y se desinfla… Por si se nos olvida en algún momento, siempre está la campana: unos crótalos que hacen «dingggg!», y cuando suenan, todo el mundo (preferentemente las mamis) para y respira grande.
El cuerpo nos pide movimiento, cada día de formas diferentes: con bostezos, bailando la vida, haciendo animales, explorando una isla misteriosa, jugando a estatuas, haciendo puentes por donde pasan extraños peces, siendo guerreros de luz… Hemos jugado con pañuelos, con una manta, con un paracaídas, con plumas, con huevos de colores, con palos, con una cuerda, con globos…
También hay momentos más estáticos en los que paramos para llevar la atención al momento presente: para mirarnos a los ojos, pintar un mandala, cantar un mantra, traer un OMMM, escuchar música relajante mientras aparecen unicornios, duendes o hadas… y mira que la sala no es muy grande, pero oye ahí cabe toquisqui.
Solemos disfrutar mucho las canciones. Y los pequeños instrumentos de acompañamiento. Y los gestos a compás. Con el juego de El Rey bajamos la energía y nos centramos. Bueno, quien quiere, porque nadie obliga a nadie a hacer nada. Quien solo quiere mirar, mira. Quien sólo quiere estar con mamá, está con mamá. O con la abuela, que también las ha habido. Una caña.
Nunca vamos organizados, aunque intento que haya cohesion. Nunca todos los niños entran en todos los juegos, nunca estamos todos absolutamente tranquilos (bueno alguna vez casi….). Un día Lucía venía con hambre, así que mientras saltábamos como ranas se puso a merendar, claaaaro, y le entró el hambre a alguno más, así que siguieron la clase a carrillo lleno. Otro día Mario se cayó y se dio un coscorrón, menudo llanto el pobre, y detrás fue Telma y también se hizo daño y… aquel día estaba la cosa revuelta, así que intentamos bajar el ritmo, hicimos lo que pudimos entre todos. Otro día Jaime corría entre las esterillas, y Hugo buscaba los crótalos para tocarlos a toda costa. Otro día Alejandra y Adriana debían de venir algo cansadas, porque se tumbaban boca abajo, o boca arriba en la esterilla y miraban cómo el resto hacíamos el Saludo al Sol… la verdad es que parecían dos Budas ensimismadas. A Kira no le convencía tocar la campana… pero después de un tiempo la tocaba como una profesional. Elisa prefería estar con mamá, pero de pronto se colocaba a mi lado en un ásana perfecta. Mencía entró en el grupo muy avanzado el año, pero se integró como si llevara toda la vida haciendo Yoga con sus compañeros. El papel de las madres no siempre es fácil en este Yoga. Yo he sido alumna con mis hijos al lado y el «no se está portando bien», o «está molestando», o «no hace nada de lo que propone la profe» están ahí… como nubes en la mente, acechando. Se necesita un poquito de tiempo para comprender que la que se tiene que relajar y permitirse jugar ante todo soy yo. Y que lo más importante es proponer y luego dejar a mi hijo. Dejar que entre en las dinámicas, o salga, o que me trepe por la espalda, que llore si lo necesita. Y si realmente se molesta a alguien, la mamá actúa como puede, y los demás intentamos arropar.
«¿¿Yoga con niños de 1 a 3 años?? Anda ya, ¿cómo puedes? ¡Si no paran quietos!» Es verdad, no paran mucho, es lo que les toca, están descubriendo el mundo y a las personas. Así que lo mejor es descubrir con ellos. Observarles. Jugar. Y respirar nosotros, los adultos. Aprender a bajar y a centrarnos nosotros. Y eso… puede llevar todo un curso. Solemos llegar a ello, en este grupo lo han hecho divinamente. Y a ellos dedico esta entrada con mucho, mucho cariño.
La foto está hecha en el parque porque allí despedimos el curso.A todos los que pasasteis por este espacio para peques y mayores que se hacen peques, ¡felices vacaciones familias, un fuerte abrazo familias de Portananos!